MONSTRUOS MARINOS EN EL MARE NOSTRUM

20.09.2013 12:19

Monstruos marinos en el Mare Nostrum

 

El Mare Nostrum, nuestro mar, cuna de las primeras civilizaciones, testigo impasible del  esplendor y posterior declive de grandes imperios, en cuyas misteriosas aguas moraban grandes monstruos marinos, el protagonista indiscutible de historias y leyendas que luego se convertirían en mitos que se han ido perdiendo a lo largo de los siglos.  Pero estos “monstruos marinos”, de los que hablaban autores clásicos como Plinio el Viejo, afortunadamente, se encuentran todavía entre nosotros.

 

Algunos de estos monstruos marinos hoy en día son más conocidos con el nombre de cetáceos (del griego, ketos: “monstruo o gran animal marino”), delfines y ballenas que pueblan las aguas de nuestro mar. Desde el pequeño y acrobático delfín listado al incansable gigante que nos visita todos los años, el rorcual común, la segunda ballena más grande del mundo, todos habitan en sus templadas aguas, al menos, durante parte de sus vidas.

 

El mar Mediterráneo alberga una biodiversidad excepcional en el planeta, pero a la vez es uno de los mares más amenazados en la actualidad. La pérdida de hábitat, la sobreexplotación de sus recursos, la contaminación, el aumento de la temperatura del agua y las especies invasoras son algunas de las amenazas que asedian a los habitantes que viven en sus aguas o en sus costas.

 

Ocho son las especies de cetáceos que se consideran residentes del Mediterráneo y del Estrecho de Gibraltar: el delfín mular que ocupa las zonas más cercanas a nuestras costas, aficionado a surfear en las olas de embarcaciones, el delfín listado y el delfín común ocasionales compañeros de viaje en grupos mixtos, el delfín de Risso o calderón gris, denominado así por su plateado lomo surcado normalmente por finas cicatrices entremezcladas, el calderón común, el cachalote y el zifio de Cuvier, amantes de las grandes profundidades donde encuentran su alimento preferido, los calamares y la orca, ésta última residiendo exclusivamente en el Estrecho, especializada en la persecución incansable de los grandes atunes rojos que constituyen su única fuente de alimentación en estas aguas.

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Anualmente nos visitan también las grandes ballenas en sus migraciones, los rorcuales comunes, que entran por el Estrecho de Gibraltar y suben hacia el Mar de Liguria, entre Francia, Mónaco e Italia, hacia lo que presumiblemente es una excelente zona de alimentación para estos titanes del océano. Visitantes esporádicos de nuestras aguas son el rorcual aliblanco, la falsa orca y la ballena jorobada o yubarta entre otros. Aunque extraordinarias sorpresas como el avistamiento de una ballena gris, común habitante del Océano Pacífico, en la primavera de 2010 en aguas mediterráneas siempre son posibles.

 

Tanto las especies residentes como las transeúntes se enfrentan a los mismos problemas de conservación., los grandes cambios en su hábitat provocados, en la mayoría de los casos, por una especie “invasora” de su medio, la especie humana. La interacción con pesquerías, la captura incidental en artes de pesca, la contaminación acústica y química de las aguas, el tráfico marítimo, la sobreexplotación de recursos pesqueros como la pesquería del atún rojo que podría afectar de manera directa a la población de orcas del Estrecho, son algunas de las amenazas a las que se enfrentan estos “monstruos” cada día.

 

Pero, afortunadamente, estos monstruos marinos se han convertido hoy en día  en iconos de la conservación,  son las denominadas “especies banderas” y “especies paraguas” en términos de biología de la conservación. Especies carismáticas, con amplios rangos de distribución y grandes necesidades de hábitat debido a su alta movilidad. Para la supervivencia de estos animales es vital la creación de más y mayores unidades de gestión en diferentes puntos del Mediterráneo. Estas áreas no sólo  asegurarían la  protección  de éstos animales sino también la de todas las especies de fauna y flora que conforman su hábitat, siempre y cuando estén amparadas por un serio plan de gestión que cuente con la participación de todos los agentes implicados, y no se quede, como lamentablemente suele suceder, en papel mojado.

 

Tan sólo un 0, 01 % del mediterráneo está protegido y ésto, incluso a ojos del menos experto, es claramente insuficiente para mantener la gran riqueza y diversidad de especies que alberga nuestro mar. Pero a la vez que, desde la sociedad hemos de demandar a las instituciones la protección de esta biodiversidad que es nuestra y de la que, a menudo olvidamos, formamos parte, también hemos de implicarnos, mirándonos al espejo y empezando por cambiar nosotros mismos y aportar nuestro pequeño granito de arena, con sencillos pero importantes gestos cada día, para proteger aquello que es nuestro, el Mare Nostrum.

 

Todavía estamos a tiempo para que ese mismo mar que dominaron antaño las naves fenicias, rodeado de mágicas leyendas, lleno de seres fantásticos y monstruos marinos, vuelva a bullir lleno de vida.

 

Ruth Quiñones Gómez